Las palabras descuidadas cuestan vidas

Por: Jajam Salomon Michán.

En un cartel de la Segunda Guerra Mundial se leía: “Las palabras descuidadas cuestan vidas”. Cuando oigamos algo negativo de alguien, hagámonos las siguientes preguntas: 
 
1. ¿Es verdad? No digamos nada a menos que estemos seguro de que es cierto. El tiempo siempre revela la verdad. 
 
 2. ¿Es algo confidencial? ¿Lo sabemos porque alguien no supo guardar el secreto? Si lo divulgamos, estaremos contribuyendo a violar la confidencialidad. Si queremos ser útiles para Dios, no sacrifiquemos nuestra integridad traicionando la confianza depositada en nosotros. 
 
 3. ¿Ayuda? ¿Va a ayudar o a destruir a alguien? “Ninguna palabra depravada salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. Lo que vamos a decir, ¿será beneficioso y animará a los que lo oyen? 
 
 4. ¿Es necesario? Detengámonos un momento y preguntemos: “¿Qué van a ganar, o perder, los oyentes, y en qué se van a beneficiar, o perjudicar, si lo digo?”. 
 
No olvidemos lo siguiente: nos arrepentiremos mucho más de haber hablado que de haber callado. Seamos, pues, sabios y cuidemos lo que hablamos. 
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